12 de octubre de 2014

Qué grande es poder decir que eres feliz.

...y en ese momento me despierta el ruido de la arena mojada bajo mis pies, y me paro, y sigo, y si, efectivamente, en el más absoluto silencio puedes escuchar como los granos de arena, minúsculos, se desplazan cuándo pisas, y me paro otra vez, y sí, mis pies son los únicos que revolucionan la arena, estás sola. Sola como cuándo de pequeña te pierdes en unos grandes almacenes; levantas la cabeza y tus padres no están, los ojos se llenan de lágrimas, te agobias, no sabes que hacer, ni a dónde ir; cuándo estás a punto de correr hacia ninguna parte los ves, a lo lejos, los brillantes zapatos marrones de papá, y al lado de ellos las botas negras de mamá, allí están, y aunque sepas que te llevará un ratito llegar, las lágrimas han desaparecido y la presión que sentías en el pecho se ha ido con ellas, no están a tu lado pero los ves, ya no estás sola, ni tampoco perdida, tienes dirección.

Antes de venir aquí nos preguntaron si nos daba miedo estar solos, y yo fui de las que respondió que no, que me encantaban esas tardes en casa donde la libertad era total. Y eso sigue siendo aquí, tanto aquí como en España pagaría por pasarme todas las tardes sola en casa, pudiendo robar galletas de la alacena sin tener que darle explicaciones a mi madre, con la música a todo volumen y haciendo los deberes a ratos. Pero eso no es soledad, la soledad que experimentamos aquí es distinta, es de verdad, estás siempre solo, aunque estés rodeado de gente, como cuando eres pequeña y te pierdes en los grandes almacenes. Los días pasan y tu piensas en volver. Estás rodeada de gente pero ni siquiera te miran, no saben ni tu nombre ni porqué estás aquí, ni tu tampoco, "quizás me he equivocado con esto", piensas. Mil conversaciones a tu alrededor en las que nunca estás, ni podrías estar, porque te perderías la mitad, la barrera del idioma, otra vez, insalvable. Frustración, dudas, miedo. Cualquier adjetivo es demasiado pequeño ante lo grande que puede llegar a hacérsenos todo esto.

Paro el tiempo. Hasta aquí. Cierro los ojos y pienso en el examen, en los días de espera, en los ojos de mis padres haciéndome sonreír mientras me moría de nervios. Espera. Un momento. Mi sueño. ¿Irme a España? ¿Después de todo lo que he pasado para llegar hasta aquí? No. Despierta y vive soñando. Creando tu propia dirección. Los zapatos marrones de papá se cambian esta vez por todas esas sonrisas y esos "que orgullosos estamos", no estás perdida, ellos están al final del camino, puedes recorrerlo tranquila.

Un mes después de la última vez que escribí puedo decir que Canadá me hace feliz, muy feliz. No estoy rodeada de canadienses en el instituto, ni tampoco tengo los amigos que solía tener ni una fiesta cada fin de semana. La mayoría de compañeros siguen sin saberse mi nombre y ninguno sabe pronunciarlo, y aunque sigan sin introducirme en muchas de sus conversaciones, empiezan a saludarte por los pasillos y a sonreírte compartiendo caras de sueño por las mañanas. Soy feliz porque me estoy dando cuenta de que esta experiencia me regala una segunda familia, un segundo hogar, una segunda cultura, un segundo idioma, cosas mejores y peores, cosas nuevas, personas nuevas, y sobre todo, muchas, muchísimas oportunidades. Y saber que he llegado sola desde abajo, sola desde el principio, haciéndome paso a paso mi propio camino, dejando a un lado el más fácil, adentrándome en un sueño y haciéndolo real, siendo capaz. Mirar hacia atrás y ver que lo poco que tengo lo hice yo, eso es ser feliz.

¿Qué he hecho estas semanas? De lunes a viernes rutina, me levanto y desayuno muerta de sueño,  espero el autobús amarillo muerta de frío, voy al instituto (las clases canadienses cada día me gustan más, aunque esto de que esto iba a ser un año sabático quedó en el olvido...), hago los deberes, cenamos, hablamos, leo un poco, me muero de sueño, me voy a la cama...y vuelta a la mañana siguiente. Estos fines de de semana he estado en Truro, Annapolis, Halifax...he ido a un torneo de soccer, de compras...y he estado en algunas de las playas más bonitas que he visto nunca. ¿Qué ha cambiado? Yo, mi mentalidad, mi forma de ver y afrontar las cosas, porque aunque no deje de echar de menos, tampoco dejo que eso me haga querer estar allí, si no disfrutar más aquí para hacer que la distancia haya merecido la pena. Y te das cuenta de que no estás sola, si no con toda esta gente que te ofrece su vida para hacer de estos 10 meses los mejores de la tuya, y lo consiguen. Canadá no es perfecto, pero yo tampoco pretendia un mundo perfecto, si no distinto, y aquí no hay dos días iguales.

Además, hoy, cuándo el ruido de la arena mojada me despertó, descubrí sonriendo que la felicidad no es perfección, si no subidas y bajadas, los pequeños paraísos en medio del camino.

Momentos, detalles, sonrisas:

                                          Beach at White Point.

                                          Me TRYING to jump.

                                          My host mum trying to jump.

                                          Just a little Canadian paradise.

                                          French Vanilla ftw.

                                          Our first hockey game.

                                          The best dog ever.

                                          Mahone Bay.

                       Me and my host sister with the Canadian autumn.